Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando
terminaba su oración, uno de sus discípulos le pidió: “Señor, enséñanos a orar
así como Juan enseño a sus discípulo
Mateo
6, 6-8
Tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta
y reza a tu Padre que comparte tus secretos, y tu Padre que ve los secretos, te
premiará. Al orar no multipliquen las palabra, como hacen los paganos que
piensan que por muncho hablar serán atendidos, ustedes no recen de ese modo,
porque, antes de que pidan, el Padre sabe lo que necesitan.
Reflexión
Jesús nos invita a pedir con perseverancia, sin
cansarnos nunca. No siempre nos dará lo que pedimos y en la forma en que lo
pedimos. Ya que no sabemos lo que nos conviene. Pero nos dará un espíritu santo, es decir, una visión más clara de su voluntad y al mismo
tiempo ánimo para cumplirla.
Si Dios no contesta de inmediato, no es porque le
guste hacernos esperar, si debemos perseverar en la oración, no es que sea
necesario un número determinado de invocaciones, sino porque se requiere cierta
calidad, cierto tono o cierta nota de oración. Si fuéramos capaces de
presentarla de entrada, sería inmediatamente escuchada.
Mientras no hayamos alcanzado a tocar esta nota, o
más bien, extraerla de nosotros, Dios no puede ser vencido. No porque Dios se
defienda, sino porque él es ternura y
fluidez, y mientras no exista algo semejante en nosotros, la corriente no pasa
entre él y nosotros. El hombre se cansa orando, pero si persevera en vez de
desanimarse, depondrá poco apoco su soberbia hasta que agotado y vencido,
consiga muncho más de lo que hubiera podido desear.
La oración es el gemido del Espíritu Santo en
nosotros. El mismo está esperando este gemido, que es el único que puede
conmoverlo, porque en realidad, salió de propio corazón Este gemido es
necesario para se haga un camino en nuestro corazón de piedra, y alcancemos a
orar con un tono tal que armonice perfectamente con el deseo de Dios.
Referencia
La Biblia Latinoamericana IV Edición
No hay comentarios:
Publicar un comentario