domingo, 18 de enero de 2015

Piedad de mí, Señor, que soy pecador


Salmo 51, 1-19

Piedad de mí, Señor, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi culpa. Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame tú de mi pecado.

Pues mi pecado yo bien lo conozco, mi falta no se aparta de mí mente; contra ti, contra ti solo pequé, lo que es malo a tus ojos yo hice. Por eso en tu sentencia tu eres justo, no hay reproche en el juicio de tus labios.

Tú ves que soy pecador desde nacimiento, pecador desde el seno de mi madre. Tú quieres rectitud de corazón, enséñame en secreto lo que es sabio.

Rocíame con agua, y quedaré limpio; lávame y quedaré blanco como la nieve. Haz que sienta otra vez jubilo y gozo y que bailen los huesos que moliste.

Aparta tu semblante de mis faltas, borra en mi todo rastro de malicia. Crea en mí, un corazón puro, un espíritu firme pon en mí.

No me rechaces lejos de tu rostro ni apartes de mí tu santo espíritu. Dame tu salvación, que regocija, mantén en mí un alma generosa.

Indicare el camino a los desviados, a ti se volverán los descarriados.

De la muerte presérvame, Señor, y aclamará  mi lengua tu justicia, Señor, abre mis labios y cantará  mi boca tu alabanza.

Un sacrificio no te gustaría, si ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Un corazón contrito te presento, no desdeñas un alma destrozada.

Reflexión

Ante el Dios de la verdad hemos de reconocer el pecado que cometemos. Se ha de expresar de una manera sencilla, sincera y transparente el sentido de culpabilidad personal.

La persona no se reconoce pecadora y por eso sigue pecando. Es necesario que la persona se reconozca como pecadora para poder ser restaurada y renovada mediante el perdón y misericordia divina.

Del corazón del han de brotar lágrimas de penitencia de arrepentimiento por su mal cometido. Estas lágrimas de penitencia es un sacrifico agradable a Dios más que cualquier sacrificio externo.

La persona que se reconoce pecadora y se arrepiente, es perdonada, restaurada, renovad, y es en medio de un mundo pecador, amargado y pesimista un reflejo de la misericordia divina.

La pureza de corazón de corazón no es un sueño imposible de lograr, pues más allá, está el perdón de Dios, más allá de las fuerzas maléficas que atan a la persona al pecado, está la fuerza de Dios comunicándoles su espíritu  para renovarlo.

Ábrete pues, a la gracia santificante del Espíritu Santo para que te reconozcas pecador. Entonces serás perdonado y tus pecados serán  lavados y borrados a través de la Poderosa Sangre derramada en la cruz. Así por la Misericordia Divina tendrás un futuro victorioso en Cristo Jesús, aunque tu pasado haya sido de pecado.

Salmo 97, 10
Amados del Señor, aborrezcan el mal, sean fieles y los cuidará y los librará.

María Díaz

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