Salmo 51, 1-19
Piedad de mí, Señor, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi culpa. Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame tú de mi pecado.
Pues mi pecado yo bien lo conozco, mi falta no se aparta de mí mente; contra ti, contra ti
solo pequé, lo que es malo a tus ojos yo hice. Por eso en tu sentencia tu eres
justo, no hay reproche en el juicio de tus labios.
Tú ves que soy pecador desde nacimiento, pecador desde el seno de mi
madre. Tú quieres rectitud de corazón, enséñame en secreto lo que es sabio.
Aparta tu semblante de mis faltas, borra en mi todo rastro de malicia. Crea en mí, un corazón
puro, un espíritu firme pon en mí.
No me rechaces lejos de tu rostro ni apartes de mí tu santo espíritu.
Dame tu salvación, que regocija, mantén en mí un alma generosa.
Indicare el camino a los desviados, a ti se volverán los descarriados.
De la muerte presérvame, Señor, y aclamará mi lengua tu justicia, Señor, abre mis labios
y cantará mi boca tu alabanza.
Un sacrificio no te gustaría, si ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Un
corazón contrito te presento, no desdeñas un alma destrozada.
Reflexión
Ante el Dios de la verdad hemos de reconocer el pecado que cometemos. Se ha de expresar de una manera sencilla, sincera y transparente el sentido de culpabilidad personal.
La persona no se reconoce pecadora y por eso sigue pecando. Es necesario que la persona se reconozca como pecadora para poder ser
restaurada y renovada
mediante el perdón y misericordia divina.
Del corazón del han de brotar lágrimas de penitencia de arrepentimiento por su mal cometido. Estas lágrimas de penitencia es un sacrifico agradable a Dios más que cualquier sacrificio externo.
La persona que se reconoce pecadora y se arrepiente, es
perdonada, restaurada, renovad, y es en medio de un mundo pecador, amargado y
pesimista un reflejo
de la misericordia divina.
La pureza de corazón de corazón no es un sueño
imposible de lograr, pues más allá, está el perdón de Dios, más allá de las
fuerzas maléficas que atan a la persona al pecado, está la fuerza de Dios
comunicándoles su espíritu para renovarlo.
Ábrete pues, a la gracia santificante del Espíritu
Santo para que te reconozcas pecador. Entonces serás perdonado y tus pecados
serán lavados y borrados a través de la
Poderosa Sangre derramada en la cruz. Así por la Misericordia
Divina tendrás un
futuro victorioso en Cristo Jesús, aunque tu pasado haya sido de pecado.
Salmo 97, 10
Amados del Señor, aborrezcan el mal, sean fieles y los cuidará y los
librará.
María Díaz
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